Hace unos años viajé hasta allí en compañía de Ruth O’Hara, mi esposa, que es irlandesa, en busca de los orígenes de la familia Feeney. Todo lo que sabía es que sus ancestros procedían de un pueblo de la bahía de Galway llamado Spiddal, un puntito en el mapa a ocho millas y media de esa vieja ciudad portuaria, en la provincia de Connaught (Connatch es como se escribe en la actualidad). Ford rodó El hombre tranquilo a más o menos una hora hacia el norte de Spiddal, tierra adentro, en Cong, una ciudad del condado de Mayo, cuyos alrededores son menos agrestes y con mucha más vegetación que el escarpado y accidentado paisaje donde se criaron sus padres. Con la ayuda como guía de la madre de Ruth, Hetty, que habla el gaélico con fluidez, recorrimos en coche la carretera de la costa de Galway durante un frío y soleado día de enero, y llegamos a última hora de uno de esos espectaculares atardeceres que premian al viajero con un cambiante paisaje de luces y sombras de sutiles matices y un magnífico crepúsculo. Al final de su vida, Ford recordaría que fue en Spiddal, cuando de niño visitó la casa de su familia, donde nació su amor por los paisajes y su ojo para la composición.

            Esperando ingenuamente que recibiría la misma calurosa bienvenida que el personaje de John Wayne, Sean Thornton, cuando se aventura en el Cohan’s Pub de El hombre tranquilo, encontré la experiencia muy deprimente. La mayoría de la gente del pueblo seguía hablando en gaélico, y no tuve en cuenta la arraigada desconfianza que los irlandeses demostrarían ante un extranjero que hablaba inglés, aun cuando hubiera venido para recabar información sobre el más célebre descendiente de una familia del lugar.

 El hombre tranquilo, la única película realmente romántica y apasionada de Ford, rodada en Irlanda cuando tenía 57 años, el personaje de Maureen O’Hara es una combinación de las mejores cualidades de las dos mujeres que, aparte de su madre, más amó Ford: en la película se llamaba Mary Kate».

La emocionante y bellísima fantasía en Technicolor que John Ford rodó en Irlanda a la edad de 55 años no era el ferozmente político Hombre tranquilo que habría hecho a los cuarenta. Tanto el dulcificador efecto de su avanzada edad como esos años de penosas y decepcionantes experiencias influyeron en la realización de este cuento apasionadamente romántico sobre el retorno del exilio, una película en la que las corrientes ocultas fluyen bajo su seductora superficie.

            En el interín, Ford había dedicado buena parte de su tiempo a filmar la guerra por todo el mundo y a recrear escenas bélicas en Hollywood y los desiertos del suroeste americano. Sus lealtades personales y profesionales entraron en un torbellino durante la guerra fría, ya que había vivido durante los últimos cuatro años a la sombra de la culpa de un fratricidio idelógico. Al igual que el Sean Thornton interpretado por John Wayne, que abandona América después de haber matado a un hombre en el ring, Ford huía de la violencia, el éxito material y las inesperadas consecuencias del sueño americano. El hombre tranquilo sería su exorcismo personal del demonio de la guerra. De una forma adecuadamente paradójica, Ford se encontraba en Irlanda preparando la película sobre un guerrero que se vuelve pacifista cuando le llegó la noticia de que había alcanzado la cúspide de su carrera militar convirtiéndose en almirante. John Wayne celebró el acontecimiento lanzando a Ford a la bahía de Galway.

            El hombre tranquilo es la historia del intento de un americano de origen irlandés por recuperar la soñada inocencia y la belleza de la Irlanda de su niñez. La urgencia de esa necesidad da la medida de cómo Sean ha «desperdiciado años al otro lado del ventoso océano», como la Mary Kate (Mary Ford + Katharine Hepburn) que interpreta Maureen O’Hara canta en “The Isle of Innisfree”, el tema de Richard Farrelly que Ford utiliza para resumir la nostalgia y lo que Sean ha perdido. Pero Sean vuelve a una tierra que recuerda fundamentalmente a través de las historias de su madre. El hombre tranquilo es a menudo criticada porque no ofrece un retrato realista de Irlanda, pero eso es un completo error. Magistralmente filmada por Ford y Winton C. Hoch con lo que Manny Farber llamó «la oscura, evocadora apariencia de un cuadro surrealista», la Irlanda de El hombre tranquilo es presentada como la fantasía romántica de un hombre inquieto y doblemente exiliado. Tras haber sido obligado a abandonar su Irlanda natal siendo un niño, abandona de buen grado su tierra de adopción, Estados Unidos, que Michaelen og Flynn (Barry Fitzgerald) despacha con esta frase: «América... ¡Pro-hi-bición!» La rica combinación de comedia y drama que convierte El hombre tranquilo en la película más apreciada de Ford refleja el choque cultural encarnado por el propio Sean, cuya búsqueda de un hogar de cuento de hadas, de trascendente «paz y tranquilidad», da la medida de la angustiosa y a ratos neurótica nostalgia de la diáspora irlandesa.

            Anthony Burgess escribió sobre el expatriado escritor irlandés James Joyce: «El exilio fue un paso atrás en el artista para ver con mayor claridad y trabajar con más precisión; era la única forma de objetivar un tema obsesivo». En una suerte de permanente exilio mental, que le hacía mirar hacia atrás al soñado edén que sus padres habían abandonado en Connemara, Ford tenía que dejar América para examinarse, comprenderse y reinventarse a sí mismo en este momento clave de su existencia.

            Rodeado por miembros de su familia, viejos amigos y nuevos compinches irlandeses, Ford filmó las secuencias de El hombre tranquilo en escenarios naturales y el pintoresco «país de Joyce» en Galway, no lejos del hogar de sus antepasados, con su primo Michael Killanin como oficioso productor y el legendario miembro del IRA Ernie O’Malley echándole una mano en la dirección de las escenas de grupo. El viaje de regreso de Ford a sus raíces en el verano de 1951 tenía una carga mucho más simbólica que cualquier otro que hubiera hecho desde la guerra de la independencia. El “Connacht Tribune” informó que Ford «se mostró profundamente conmovido cuando visitó el hogar de su familia en Tourbeg, Spiddal, y vio la habitación y la cama en la que había nacido su padre». Bautizó al personaje del título de la película con el equivalente en gaélico de su propio nombre y un apellido que tomó prestado de sus primos Thornton. El hombre al que le gustaba decir que había nacido con el nombre de Sean Aloysius O’Fienne pasó cinco semanas emocional y creativamente muy intensas proyectándose a sí mismo a través de su trasunto favorito, John Wayne, en el papel de Sean Thornton, «un hombre tranquilo y pacífico que deja América para volver a su hogar y olvidarse de sus problemas».

            El periódico local dijo: «La relación del director John Ford con la comunidad de Spiddal es bien conocida, aunque un representante del “Connacht Tribune” se quedó sorprendido al oírle decir al ganador del Oscar de Hollywood, con su acento americano, que aún estaba “cineal bodhar” (sordo) por culpa del zumbido de los motores del avión que le llevó a Irlanda, y que era “col cuigear” (primo) de Michael Droighnea, un maestro de Furbough. A todos aquellos que quieran tener una larga conversación con el señor Ford deben olvidarse de Hollywood y sus estrellas de cine y estar dispuestos a hablar de la comunidad de Connemara, la lucha de Cong por la independencia de Irlanda, la lengua y las amistades irlandesas del director».

            Nada encuentra más resistencia en Hollywood que un proyecto profundamente personal. Ford alcanzó el punto culminante del cerco sobre el reticente Herb Yates llevándoselo de excursión a los escenarios naturales irlandeses en compañía de Ward Bond. El director insistía en que le hacían falta 1,75 millones de dólares para hacer la película en condiciones, pero Yates se lo rebajó a 1.238.000. Ford quería mostrarle a Yates la belleza natural que podía comprar con su dinero.

            Como explicó Ford, lógicamente en versión corregida y aumentada, se llevó a Yates a visitar una pequeña cabaña con techo de paja en Connemara. Derramando lágrimas para la ocasión, Ford le dijo al jefe del estudio: «Aquí es, ésta es la casa donde nací». Ford afirmó que el insensible productor también estaba llorando cuando le respondió: «Puedes hacer El hombre tranquilo. Por un millón y medio».

            El 1 de junio de 1951 Yates autorizó un presupuesto de 1.464.152 dólares. Maureen O’Hara recordó: «John Ford nos pidió a John Wayne y a mí que aceptáramos una reducción del salario, y como todos habíamos esperado tanto y con tanta desesperación para hacer la película, aceptamos. John Wayne cobró 100.000 dólares [renunciando también a su habitual porcentaje sobre los beneficios] y yo 65.000». Según los documentos de Republic Pictures de los archivos de Ford, la película no costó 1,75 millones de dólares, como señalaron Dan Ford y otros, sino 1.446.661. Eso suponía tan sólo 17.491 dólares por debajo del presupuesto, incluidos los 995 que Ford cargó a la producción para que el cura de su parroquia, el padre Daniel J. Stack volara hasta el lugar del rodaje.

            Sin embargo, un inquieto Yates mandó telegramas a Irlanda amenazando con suspender la película si Ford no dejaba de malgastar el dinero de Republic. Ford se las arregló para continuar rodando a pesar de la constante llovizna irlandesa que ayudó a otorgarle a El hombre tranquilo esa atmósfera única. Hoch recordó que la lluvia era tan persistente que empezó a transformar el cabello pelirrojo de Maureen O’Hara en un color castaño claro, hizo que hubiera que cambiar muy a menudo de vestuario y causó estragos en los primeros planos cuando el agua goteaba de las narices de los actores. Pero Ford no supo qué responder cuando Yates se quejó del paisaje: «Todo es verde. Dile al director de fotografía que quite el filtro de color verde» (El hombre tranquilo le proporcionó a Hoch su segundo Oscar de Hollywood). El acoso a distancia del jefe del estudio era objeto de bromas nocturnas en torno a la mesa en el castillo de Ashford. Yates incluso llegó a rivalizar con Bond como cabeza de turco. El fiel Bond se subió a lo alto de una torre en ruinas por las escaleras del hotel y con un trozo de pizarra escribió lo siguiente en la pared interior: «Que le den a Herb Yates». Luego logró convencer a Wayne para que subiera a la torre y contemplara su obra.

            Una de las razones por la que Yates se preocupaba tanto por lo que consideraba una «película artística» era que Wayne tenía una papel bastante más introspectivo de los que estaba habituado a interpretar, incluso a las órdenes de Ford. Yates se llevó a Wayne a su despacho antes de iniciar el rodaje y declinó su responsabilidad sobre El hombre tranquilo, advirtiéndole que podría perjudicar su carrera. El actor siempre tuvo la sensación de que estaba lidiando «con un guión jodidamente duro. Durante nueve bobinas sólo estaba interpretando a un hombre honrado frente a todos esos personajes maravillosos, y eso es muy duro». Pero Wayne supera el reto con sensibilidad, gracia y un humor bonachón.

            Katherine Clifton propuso un intrigante reparto alternativo, sugiriéndole a Ford que le diera el papel de Sean Thornton a Robert Ryan. Ryan, que también había sido boxeador, era un actor extremadamente inteligente y especialmente hábil cuando se trataba de interpretar a personajes neuróticos y autodestructivos. Ford le dijo a Cliffton: «Tú documéntate y ordena mi biblioteca, y yo me encargo de dirigir películas». Casi veinte años después, Frank Capra fue a ver a Ford a su casa para hablar del prólogo de su autobiografía, “The Name Above the Title”17, que Cliffton estaba escribiendo de tapadillo en nombre de Ford. Estaban hablando cuando, de repente, Ford se dirigió a Cliffton y le dijo: «Ryan habría estado bien».

            «“Habría” sido un buen “hombre tranquilo”, un hombre con una tragedia en su pasado –me dijo Cliffton–. Pero entendí la idea de Ford. Necesitaba una estrella, tenía que vender entradas. Y no le gustaban los consejos. Le gustaba humillar a la gente. Ésa era una de sus cosas malas. Hacía lo que fuera para dejar en rídiculo a la gente». Y también era capaz de lo que fuera a la hora de disculparse. Ford no se habría sentido cómodo trabajando con Ryan en esa época a causa de las ideas políticas liberales del actor. Pero, a la hora de elegir un álter ego para esta película tan intensamente autobiográfica, ¿cómo podría Ford haberse decidido por otro que no fuera John Wayne?

            El guión de Frank Nugent para El hombre tranquilo está escrito con un oficio de tal sutileza que resulta sorprendente saber que fue redactado en tan sólo diez semanas poco antes de que empezara el rodaje. En principio Ford le había encargado a Richard Llewellyn, el autor de ¡Qué verde era mi valle!, que convirtiera el relato de Walsh en una novela corta, un proyecto en el que también trabajó Laurence Stallings. Llewelyn terminó una adaptación a principios de 1951, pero por aquel entonces Ford estaba preocupado por los aspectos políticos de la historia, que transcurría durante el período de las revueltas y cuyo protagonista se aliaba con el IRA. Recrear esta situación podía ser objeto de controversia dado el clima político de la época, incluso (o tal vez especialmente) en una comedia. Al final del proceso de montaje, Yates le insistió a Ford para que eliminara la palabra “nacional” de la escena del brindis de la boda: «Ojalá que vivan en paz y en libertad nacional», aduciendo que la expresión «libertad nacional» podría crear dificultades para la exhibición de la película en Gran Bretaña y la Commonwealth. Ford aceptó, por eso hay una breve pausa en la banda de sonido durante el brindis ofrecido por Forbes, un miembro del IRA, por uno de los hermanos en la vida real de Maureen O’Hara, Charles Fitzsimmons, que pensaba que «John Ford exageraba un poco al pensar que la expresión “nacional” podría resultar ofensiva».

            Aunque habría sido un gesto pequeño pero significativo el hecho de haber conservado esta expresión, Ford tomó una sana decisión artística minimizando las abiertas implicaciones políticas de la película. La Guerra de la Independencia parece un escenario demasiado pesado y a la postre irrelevante para una fantasía convencional a lo Walsh. El protagonista del relato es un hombre bajito que le da una paliza a un matón porque resulta ser, en secreto, un luchador profesional. El sentimiento de culpa de Sean por el que intenta evitar la pelea fue un añadido de Ford y Nugent. Además, en el relato, el regreso del protagonista a Irlanda lo motiva la simple nostalgia y no el rechazo de su idealización de América como inmigrante.

            Ford le había sugerido a Llewellyn que el personaje volviera a casa para ayudar a su familia, como hizo él mismo durante el período de las revueltas. En el guión definitivo de Nugent, las motivaciones de Sean son puramente personales, aunque descubre que no es capaz de evitar implicarse en las complejas interacciones de la comunidad. En la película sigue habiendo algunas referencias políticas, aunque poco concretas, como la maravillosa frase que Ford improvisó para Flynn (Fitzgerald): «Bueno, hace una noche muy agradable, de modo que creo que iré a reunirme con mis camaradas para conspirar un poco». El cura de la parroquia, el padre Lonergan (Ward Bond), es miembro de una célula del IRA junto con Flynn, Forbes y Owen Glynn (Sean McClory). Ante la insistencia de Forbes, que dice: «Ahora vivimos en paz, hombre», Michaeleen responde maliciosamente: «Es cierto, pero no pierdo la esperanza». En la película hay lo que podría considerarse incluso como algunas sutiles referencias a las listas negras, como en la amenaza del cura interpretado por Bond cuando se dirige al tiránico terrateniente que encarna Victor McLaglen: «Voy a decir tu nombre en la misa del domingo», o en el libro que tiene el hacendado y en el que están los nombres de la gente que le disgusta. En una revelador guiño del propio director, el libro lo guarda un sicario llamado Feeney, deliciosamente interpretado por el gran actor irlandés Jack MacGowran.

            El Inisfree18 de la película es un híbrido entre el presente y el pasado de Irlanda, imposible de situar en una época concreta. El tren y los coches sugieren el período de mediados o finales de los años veinte, así como las noticias de que la paz es algo relativamente reciente. Pero los pueblos de la Irlanda rural tenían ese mismo aspecto anticuado durante los años cincuenta; en realidad, fue durante el rodaje de El hombre tranquilo cuando a Cong llegó la electricidad. El aura intemporal de la película es clave para la estrategia de Ford a la hora de crear una atmósfera de ensueño.

            En “The Irish”, su estudio sobre la Irlanda moderna, Donald S. Connery escribe: «La imagen popular de los nativos es una suerte de gomoso estofado irlandés de cómicos, muchachas irlandesas, personajes sacados de El hombre tranquilo, poetas borrachos, pistoleros del IRA, sacerdotes estrictos y viejos granjeros cascarrabias que duermen con las botas puestas». Pero la verdadera esencia del sueño de Sean radica en el hecho de que el tiempo se ha detenido, de que la ilusión de cuento de hadas de su inocencia infantil puede ser recuperada. Nos encontramos ante un consciente esfuerzo de re-creación de la voluntad (tanto la de Sean como la de Ford), y la comedia y el drama emanan de la constante intrusión de la realidad en lo que Sean contempla como un mundo de ensueño.

            Ford nos invita a soñar derrochando su don para la composición en el paisaje irlandés, haciendo que la pasión que Sean siente por Mary Kate parezca estar en armonía con la que siente por la propia tierra. Pero el director mina constantemente las ilusiones románticas de Sean mostrándonos con humor la prosaica realidad que subyace debajo de ellas. Mientras están plantando rosas en el jardín de su casa, White o’ Morning, Mary Kate le regaña por ser un «estúpido» romántico y le da lecciones sobre la mejor clase de estiércol (caballo). Cuando Sean le muestra su pequeña cabaña con techo de paja a un vecino, recibe un dudoso cumplido: «Es como deberían ser la mayoría de cabañas irlandesas, y eso pasa raras veves. ¡Sólo a un americano se le ocurriría pintarla de verde esmeralda!». Sean le dice a la viuda Tillane (Mildred Natwick) que durante su infernal vida en América, «Inisfree se convirtió para mí en un sinónimo del cielo». Pero al pensar en su vida solitaria, ella contesta bruscamente: «Inisfree está lejos de ser el cielo, señor Thornton». La propia Mary Kate –esa visión deslumbrante de la que Sean dice: «¿Es real? No es posible»– resulta ser una mujer independiente, tan preocupada por sus pertenencias y su dote que se niega a acostarse con Sean después de casarse hasta que él se pelea con su hermano, Red Will, por los «trescientos años soñando felizmente en lo que es mío». Pero Sean es un «hombre tranquilo» a causa de su sentimiento de culpa y la certeza de que «no puedo luchar a menos que esté lo suficientemente loco como para matar».

 

            En El hombre tranquilo hay versiones de la mayoría, si no de todos, los personajes típicamente irlandeses citados por Connery. Los irlandeses, por supuesto, pueden sentirse molestos si la gente cree que un catálogo de imágenes populares define apropiadamente su carácter nacional. Pero estas discusiones tienden a ignorar las razones de Ford para utilizar personajes “arquetípicos” y “escenarios irlandeses” convencionales. Incluso Connery lo admite: «El problema es que cada cada vez que en Irlanda me dicen solemnemente que el irlandés arquetípico no existe, me encuentro con uno al día siguiente». Pensemos en Flynn (Barry Fitzgerald), el casamentero del pueblo y un loco sabio, uno de los personajes más memorables de toda la obra de Ford. Su interpretación es «arquetípicamente irlandesa», pertenece a la larga y honorable tradición teatral de los Synge, Yeats, O’Casey y Lady Gregory, del Abbey Theatre, cuyos actores contrató Ford para muchos papeles secundarios. Al igual que otros habitantes del pueblo, Flynn es muy consciente del papel que juega, y que él aborda con el ingenio que se merece. El tradicional gusto de Ford por el humor étnico resulta raramente malicioso y es casi siempre una demostración de amor y de camaradería, un gusto por la diferencia social junto con un abrazo a la humanidad de todos. La fascinación de Ford por los rasgos étnicos es una de las formas principales que tiene de analizar la estructura de una sociedad determinada; si aborda esos rasgos con humor es en gran medida porque encuentra jerarquías sociales, aparte de bondad y proezas, que considera ridículas, ofensivas y dignas de burla. Aunque a primera vista los personajes de El hombre tranquilo puedan parecer estereotipos, no resultan ser lo que parecen o, como en el caso de Red Will Danaher, son deslumbrantes y memorables ejemplos de la personificación de la locura y la flaqueza humana.

 

«Siempre he dicho que la película era un western rodado en Irlanda más que una película irlandesa –señaló Lord Killanin–, pero hizo más por el turismo irlandés y el país que cualquier otra cosa. Al principio aquí no fue muy popular y hubo muchas objeciones a una frase de May Craig: “Aquí hay un bastón para darle a la encantadora dama”, frase que sospecho que Jack Ford introdujo en el guión.»

 

            Esta frase –en realidad, ella dice: «Señor, aquí hay un bastón para darle a la encantadora dama»– continúa provocando reacciones negativas en algunos espectadores de hoy, en especial de algunas mujeres que opinan que la forma en que Ford aborda el noviazgo y el matrimonio resulta penosamente retrógrada con respecto a lo que se lleva hoy y no saben qué pensar con respecto a la tenaz insistencia de Mary Kate referente a mantener la vieja costumbre de la dote. Aunque es cierto que Ford disfruta mucho con el espectáculo de Sean arrastrando a Mary Kate por el campo después de que ella se niegue a acostarse con él, es importante entender que no se trata sino de una farsa urdida por Mary Kate. Como la escena de la pelea que viene a continuación, no se trata tanto de una lucha cuerpo a cuerpo como de una representación teatral dedicada a la comunidad. Ella ha logrado finalmente enfrentar al marido con su hermano, exigir públicamente su dote y que luche por el amor de su mujer. La declaración de amor de Sean al acceder a esta farsa es lo que le importa a ella, aunque tenga que comportarse como un hombre de las cavernas. La ironía con la que Sean, Mary Kate y Ford abordan la pelea conyugal no llega al público carente de sentido del humor que considera El hombre tranquilo como un horroroso ejemplo del problema del abuso conyugal en la Irlanda rural.

            En el libro de 1978 “On the Verge of Revolt: Women in American Films of the Fifties”, Brandon French describe El hombre tranquilo, al igual que muchas otras películas de Ford, como «un matrimonio de elementos conservadores y progresistas. [...] La batalla de Mary Kate por su posición dentro del matrimonio –no meramente por tener algo sino por “ser” algo por sí misma– desafía las bases del matrimonio convencional, del mismo modo que su conducta en general desafía la feminidad convencional. [...] Su ruptura con la tradición se pone de manifiesto al final de la película, cuando Mary Kate arroja el bastón que una anciana le ha dado a Sean para mantener a raya a su esposa. Con ese gesto, Mary Kate rechaza la idea de la autoridad de su marido, con la que obviamente estaba de acuerdo la anciana. Pero al mismo tiempo rechaza la oportunidad de dominarle. [...] En El hombre tranquilo, Ford se avanzó a los años sesenta evitando la guerra a favor del amor y demostrando que la liberación debe ser un objetivo para “ambos” sexos si lo que quieren es vivir juntos en verdadera armonía».